viernes, 20 de abril de 2012

TEXTOS PARA PRACTICAR EL COMENTARIO. 2º BACH.

Texto 1. La Ilíada
Si no hay retrasos de última hora, la compañía Kuma Games pondrá hoy a la venta un videojuego sobre la captura y muerte de Gadafi. No sé qué me resulta más repugnante de la noticia, si el hecho mismo de crear un juego sobre la brutal caza del tirano, o la celeridad de buitres carroñeros con que se han lanzado a picotear los despojos. Aunque por otra parte no sé por qué me escandalizo: desde el asesinato del dictador, las terribles imágenes de su final no hacen más que dar vueltas por todas partes. Una orgía de sangre y necrofilia, una fiesta de Halloween en carne real.
Gadafi era sin duda un monstruo, y que Occidente lo haya tenido de aliado no atenúa su monstruosidad: solo muestra la vileza de la política internacional. Pero, aunque fuera un criminal, el horror tumultuoso de su ejecución y la ferocidad de los que le acosaban son espeluznantes. En la agonía final, en la indefensión de la carne lacerada, en el pringoso color de la sangre todos somos iguales. Es inevitable sentir compasión ante su cadáver maltratado, y esa compasión es lo que nos hace humanos. Desde el principio de los tiempos, tácitos acuerdos de honor y respeto detenían por unas horas las batallas más bárbaras para que los contendientes pudieran rescatar a sus muertos. Y el hecho más horroroso que describe La Iliada no es el violento fin de Héctor, sino que Aquiles mancillara su cadáver y lo arrastrara durante nueve días llevándolo atado a su carro de combate. Sin esa piedad final, sin esa empatía que te permite reconocerte en el cadáver del otro, aunque sea tu enemigo, no somos más que alimañas (como los etarras incapaces de compadecerse de sus víctimas). El respeto y el honor que antes mencioné no son en realidad a los muertos, sino a nosotros mismos. Por eso me parece tan preocupante una sociedad que hace un videojuego de un linchamiento.
 ROSA MONTERO 25/10/2011



  Texto2. Profesores
Confundir horas lectivas con horas de trabajo no es gratuito, es una manera de contribuir al lugar común de que los profesores trabajan poco. Tampoco es nuevo: siempre que se trata de estrechar los derechos laborales en la enseñanza alguien deja caer, como de manera inocente, que los docentes de la educación pública gozan de más ventajas que el resto de los trabajadores. Por más que se informe sobre los desafíos a los que se enfrenta un profesor en nuestros días, siempre habrá un buen ciudadano que llame a la radio o escriba al periódico para informar, por ejemplo, de las largas vacaciones que disfrutan los maestros. Es un clásico. A los políticos se les llena la boca con que no hay inversión más útil en nuestro país que la destinada a educación, hasta que un día se ponen a hacer números y empiezan por ahí: prescindiendo de interinos y poniendo sobre los hombros de cada trabajador dos horas más.
Explicar que ser profesor no consiste solo en dar clase debería de ser innecesario. ¿Qué consideración se les tiene a los docentes si se extiende esa idea? El profesor enseña, pero también corrige, ha de preparar sus clases, perder un tiempo precioso en absurdos requerimientos burocráticos y, en ocasiones, hacer labores de trabajador social. La educación requiere ahora más energía que nunca y no es infrecuente que el enseñante desarrolle patologías físicas o psíquicas. Su trabajo cansa, es más duro que muchos de los trabajos que nosotros realizamos. Los niños y los adolescentes son grandes devoradores de la energía adulta. Los escritores que hemos visitado colegios e institutos lo sabemos: dos horas dando una charla ante una vampírica muchachada te dejan para el arrastre.
¿Cómo pretenden los responsables del injustificable derroche autonómico que se comprenda que el sacrificio ha de comenzar por los que ya están sacrificados?
ELVIRA LINDO 07/09/2011